martes, 28 de noviembre de 2017

Historia de un burro morado

Es posible que el título de la presente entrada os resulte cuanto menos extraño y llamativo. El caso es que parte de una anécdota que me ocurrió cuando era niño y cursaba el primer curso de la EGB, lo que equivaldría hoy día, para quien no lo sepa, a 1º de Educación Primaria.

Sé que ha pasado mucho tiempo desde entonces, por lo que los hechos en sí son algo difusos en mi memoria, pero el recuerdo de lo que supuso para mí sí que sigue bien latente debido a la emoción que en mí generó.

El caso es que estábamos en clase dibujando (no recuerdo bien si de manera libre o como parte de una actividad concreta), y yo dibujé un burro y lo coloreé de color morado. Mi maestra, en cuanto lo vio, se alarmó muchísimo y me regañó abiertamente en clase sobre lo mal que estaba dibujar un burro de un color que no era el que le corresponde en la vida real, y no conforme con eso, también transmitió sus reproches a mi familia estando yo presente. 

Aquello me cayó como un jarro de agua fría. La dura realidad había aniquilado a la imaginación. Me habían puesto en evidencia, y además habían manifestado su desaprobación hacia mi producción, por lo que, en ese momento, mi sentimiento fue de haberles decepcionado porque había hecho algo que estaba muy mal.

Curiosamente, este pasado sábado en nuestra sesión mensual del calendario de reuniones del Grupo de Atención a la Diversidad de Acción Educativa, abordamos el debate sobre la importancia del proceso creativo y el empeño, consciente o inconsciente, de las personas adultas porque los resultados obtenidos o la forma de ejecutar la acción se correspondan a unos patrones previos que tenemos sumamente inculcados en nuestra mente madura y racional, emitiendo a menudo juicios de valor (positivos o negativos) que ponen en evidencia lo que esperamos de la niñez: que se ajusten a esos modelos establecidos.


Es cierto que la escuela tiene la obligación de hacer de puente y de guía entre el alumnado y el mundo real donde se va a desarrollar, pero tenemos que valorar positivamente también todo el potencial que nuestros niños y niñas poseen de serie para imaginar, indagar, explorar, crear, etc.

Quizás lo ideal sea saber encontrar cierto equilibrio entre nuestro papel de mediadores de la realidad y nuestro papel de incentivadores de todo su potencial, teniendo en cuenta que dicha realidad para nada es estática e invariable, sino que es puro dinamismo, y que ellos y ellas tienen plena capacidad de poder influir en dicha realidad.


Sabemos que muchos de nosotros y nosotras, llegada cierta edad, hemos dejado de dibujar porque hemos entendido que "no somos buenos dibujando", sólo porque no hemos sido capaces de llegar al listón establecido para que se nos reconozca nuestro producto final como aceptable según unos cánones. Sin embargo, sólo hay que pensar en toda la cantidad de grandes artistas cuyo secreto radica en poner en marcha nuevas formas de expresión visual que rompen con las establecidas con anterioridad y que, curiosamente, han abierto las puertas a otras técnicas, otras interpretaciones, otros estilos.
 
Por otra parte, cada vez son mas los paradigmas que defienden la importancia de la imagen y el dibujo durante el proceso de enseñanza y aprendizaje, ya sea de forma activa (dibujar para reforzar lo enseñado o lo que queremos aprender), o de forma pasiva (dibujar como forma de mantener la concentración y la atención durante este proceso).


Me resulta cuanto menos curioso que yo lleve toda mi vida dibujando en libros y cuadernos durante las clases o durante las sesiones de estudio fuera del horario escolar como una actividad secundaria que me ayudaba a procesar mejor la información (aunque estuviera mal visto porque pareciera que pasaba de "lo realmente importante" o que sólo lo hacia por ensuciar el material), y descubrir en la actualidad que ya estaba poniendo en marcha de manera automática algo que ahora sé.

Dentro de toda esta postura, ha ganado gran peso todo lo relacionado con el pensamiento visual o visual thinking, donde lo importante no es realizar obras de arte, sino dotar de verdadera importancia y utilidad el dibujo en la forma en que estructuramos nuestra manera de interpretar, procesar y compartir la información.


Así pues, no hagamos de la creatividad de nuestros niños y niñas un enemigo a abatir. Dejémosles desarrollarse a su ritmo, dejémosles que sean ellos quienes se vayan autorregulando en este descubrimiento de todo lo que les rodea, y guiémosles en este proceso para que se sientan valorados, importantes, capaces y queridos.

Enseñémosles mejor a respetar las producciones propias y ajenas, a querer progresar y mejorar sin caer en una autoexigencia insana, y, sobre todo, a tener interés por hacer y crear.

Nada como fomentar el pensamiento divergente para dar respuesta a toda nuestra diversidad.