sábado, 31 de marzo de 2018

"El Rincón de Pensar"

La tradición pedagógica de nuestro sistema escolar, nacido de la mano de una revolución industrial más preocupada de disponer de mano de obra efectiva que de estar conformada por ciudadanos y ciudadanas con sentido crítico, hace que a menudo, de manera consciente o por la inercia de perpetuar sin quererlo lo que hemos recibido, sigamos en esa dinámica de prestar más atención en el aula a aquellos aspectos más destinados a una ejecución mecánica, rápida y eficaz, donde no haya tiempo que perder ni tiempo para pensar.

Toda esta vorágine, acompañada de la densidad de nuestros currículos y de la aún férrea creencia de que una clase que funciona es una clase donde niñas y niños están quietos y callados mientras obedecen a nuestra incuestionable autoridad, nos lleva a penalizar aquello que parezca querer cuestionar este status quo.

Sin embargo, yo no me cansaré de repetir que pensar nunca puede ser un castigo, aunque la dinámica de castigar por pensar o para pensar sea, aún hoy día, demasiado habitual.

Creo que no me equivoco si me atrevo a afirmar que todas y todos conocemos el famoso "rincón de pensar" que suele usarte en las aulas de Educación Infantil y en algunas aulas de Educación Primaria como forma de apartar al discente que haya cometido una falta o conducta no deseada para "que piense" sobre lo que ha hecho, pero no nos damos cuenta de que el pensar en sí se lo estamos asociando a algo negativo, cuando lo que deberíamos hacer es fomentar la capacidad de pensar de forma crítica y razonada de nuestros niños y niñas dotándoles desde edades bien tempranas de las herramientas y habilidades necesarias para ello.


Con esto lo que quiero decir es que, en lugar de enviar al niño o a la niña a un "rincón a pensar" así sin más, deberíamos dialogar con ella o con él sobre que aspecto de su conducta no nos ha gustado o consideramos que puede mejorar, para que así el proceso de pensar tenga una base constructiva, donde tengamos bien claro que una cosa es la conducta manifestada por una persona y otra cosa es atribuir dicha conducta como un aspecto asociado a su personalidad, pues aquí corremos mucho el riesgo de caer en la llamada "profecía autocumplida".

Por otro lado, también, en nuestro ego adulto y docente, solemos interpretar como una falta de respeto o un cuestionamiento hacia nuestra autoridad el hecho de que determinados alumnos o alumnas, ya sea por fruto de su inmensa curiosidad (esa que luego nuestros sistema educativo y nosotros mismos, como su brazo ejecutor, nos encargamos de aplastar) o fruto de un proceso de pensamiento divergente que le permita ver cosas que a nosotras y nosotros mismos se nos puedan escapar, realicen preguntas o propongan procedimientos o soluciones alternativas con las que no contásemos.

Es triste ver como, en la mayoría de estos casos, se penaliza al alumno o la alumna que preguntar por considerarlo una impertinencia o tiramos por tierra sus métodos paralelos por no ser los que la propia persona docente ha establecido como válido, dando con la puerta en las narices a todas aquellas ideas que giran en torno de las competencias clave y del desarrollo creativo e integral de nuestro alumnado.


Creo firmemente que hay que dejar espacios de participación del alumnado en el centro y en el aula, para que luego esos espacios de participación pueda extenderse a la sociedad. No podemos educar personas comprometidas con la mejora social si constantemente vetamos sus aportaciones o les sancionamos por pensar.

En este sentido, los programas de filosofía para niños me parecen algo fundamental, aparcando un poco el atropellado currículo y enseñando a mirar donde otros sólo ven o a ver dónde otros sólo miran, a saber escucharse y entenderse a sí mismo para poder escuchar y entender también a los demás, a saber relacionarse haciendo buen uso de las diferentes habilidades sociales y de la inteligencia emocional desde la empatía y la asertividad, a comprender que dos personas pueden tener ideas diferentes sobre un tema y que eso no implica que deba nacer una enemistad, que la verdad a menudo es relativa y que todos y todas tienen derecho a argumentar su particular visión y no a imponer sus ideas a los demás.

Recomiendo, a raíz de estas ideas, ver el documental francés "Sólo es el principio", que nos demuestra que todos estos planteamientos que venimos defendiendo pueden abordarse en la escuela desde edades bien tempranas.

Porque debemos romper con la idea bidireccional en Educación de que es la persona adulta quien debe preguntar y que son los niños y niñas quienes deben responder. Porque fomentar el arte de hacer buenas preguntas, como se nos explicó en la última edición de Grandes Profes, es una parte fundamental para que exista aprendizaje, ya que el hecho de realizar preguntas nos predispone a la curiosidad por conocer la respuesta y a la motivación por indagar sobre determinado tema. Es por eso que en nuestras aulas, además de grandes emisores, también debemos ser buenos receptores y estar atentos a todos aquellos aspectos que puedan despertar el interés de nuestro alumnado para usarlo a favor del proceso de enseñar y aprender.

Al fin y al cabo, no debemos olvidar que vivimos en un mundo líquido que se haya en constante cambio y evolución, por lo que saber analizar la situación y saber adecuar nuestra respuesta a cada caso va a resultar de una importancia vital, y para ello es necesario que fomentemos en las aulas la capacidad de pensamiento crítico y el ser capaz de buscar diferentes soluciones a un mismo problema o el de afrontar cada reto usando su capacidad de razonamiento y su creatividad, para ser sujetos plenamente activos y preparados para el mundo que les ha tocado vivir.

Quizás el primer paso para todo ello es pararnos, romper el tabú, y preguntarles que quieren para su vida y para su sociedad, para posteriormente escuchar sus ideas y propuestas al respecto. Quién sabe lo mucho que nos podrían sorprender...


No hay comentarios:

Publicar un comentario