Ya viene siendo costumbre que hoy, Día del Libro, publique alguna entrada relacionada con esta temática. En esta ocasión quiero compartir con vosotros una reflexión que, si bien mantiene la misma línea discursiva de sus predecesoras*, se diferencia en que, en este caso, quiero hacer especial hincapié en lo que hemos denominado "Los otros libros".
Bajo este concepto quiero englobar todos aquellos elementos que, sin ser necesariamente libros de lectura, ayudan a fomentar el hábito lector del alumnado desde una perspectiva mucho más motivadora y cercana, e incluso a veces imperceptible tanto para nosotros como para ellos mismos.
Tanto es así, que la idea de escribir esta entrada me ha venido a raíz de una conversación con un alumno bastante aficionado al anime, término que engloba todo el conjunto de series y películas de animación japonesa. Este alumno me dijo que no se había dado cuenta hasta ahora de todo lo que leía diariamente viendo estas series de animación que tanto le gustan, puesto que la mayoría no suelen estar dobladas al castellano, por lo que la única opción viable que queda es la de los subtítulos. Al fin y al cabo, el propio chaval había desarrollado hábitos de velocidad y de comprensión lectora a raíz de un estímulo que era de su agrado y de su libre elección, pues no le quedaba otro remedio si quería poder seguir la trama y comprender los textos al mismo tiempo que su atención tenía que estar dividida entre estos y la propia animación.
No quiero decir con ello que ahora dejemos los libros a un lado y empecemos a dedicar nuestro trabajo en clase únicamente a reproducir series anime. Más bien quiero decir que la lectura debe nacer de un interés, de una necesidad, y que esto dependerá de cada persona y de los gustos que ésta tenga.
Así pues, he presentado el ejemplo de este chico por ser parte de mi experiencia directa y reciente, pero también he podido comprobar todo el desarrollo lector que se produce además en otros elementos como es el amplio mundo de los videojuegos, que tanta fama injusta han ganado y a los que próximamente les dedicaré su propia entrada, pues es una idea que lleva ya tiempo rondándome por la cabeza.
Lo que vengo a reflejar con todo esto es que hay lecturas interesantes más allá de los propios libros, y que también hay aprendizaje más allá de todo lo que consideramos como exclusivo de la educación.
Muchas veces nos empeñamos una y otra vez en hacer que nuestro alumnado se acerque a la lectura y desarrolle el gusto por la misma a través de grandes clásicos literarios que no dejan de ser importantes obras que se deben conocer, pero que se distancian mucho de las inquietudes de dicho alumnado.
Y es que no se puede construir la casa por el tejado. El acercamiento a la lectura debe partir de una respuesta a los intereses y curiosidades de cada niño y de cada niña, así como partir de su entorno cercano y de sus propias experiencias, comenzando desde pequeños a través de la propia manipulación de los libros hasta que se hagan mayores y puedan sumergirse de lleno en todas las fantásticas historias que en éstos puedan encontrar. Es el aprendizaje significativo asociado al proceso lector.
Cada libro, cada obra, tiene su momento en la vida de cada uno de nosotros. Algunos nos dirán mucho, otros no nos dirán nada en absoluto e incluso a veces nos provocarán rechazo, y habrá otros tantos que pasaran sin pena ni gloria o que jamás llegaremos a conocer. Porque elegimos nuestras lecturas en función de nuestras prioridades y de nuestra forma de entender la vida, en función de lo que nos agrada y en función de lo que nos aporta, y este abanico de posibilidades debe quedar abierto más allá de los propios libros, dejando que sean ellos y ellas quienes adquieran hábitos de libertad de elección de sus lecturas, siempre con la guía y el asesoramiento de familias y profesionales de la educación.
En esta línea, me parece fundamental fomentar el uso del cómic como recursos didáctico y darle la importancia que se merece dentro del género literario. Pasamos de los libros llenos de ilustraciones y pequeños textos a las páginas llenas de letras sin apenas imágenes. El cambio es brusco y considerable, y podría paliarse perfectamente con la utilización de éste medio, además de ser un elemento bastante atractivo y motivador.
Por último, no podemos cerrar esta reflexión sin hacer referencia a todo lo que han contribuido las Tecnologías de la Información y de la Comunicación a que seamos unos activos lectores de mensajes breves pero con grandes significados que se ajustan al ritmo de vida acelerado que solemos llevar. En éste sentido conviene también entrenar a nuestro alumnado en el buen uso de estos medios para que les saquen el máximo rendimiento a través de una lectura que sea crítica y que fomente su toma de contacto con el mundo que le rodea, al tiempo que aprende a expresarse con propiedad, corrección y coherencia.
Porque leer nos ayuda a crecer y a madurar, nos ayuda a vernos reflejados en las historias que caen en nuestras manos y a reflexionar sobre ellas y sobre las ideas que se exponen, y nos ayuda a desarrollar nuestra propia personalidad y nuestra forma de entender la vida, siendo éste un proceso dinámico y muchas veces sujeto a las diferentes etapas que podamos atravesar.
Después de todo, cualquier aprendizaje que queramos abordar gira en torno al proceso lector, y a raíz de éste podemos generar un considerable número de nuevos aprendizajes, ya sea de forma directa o de manera globalizada y transversal, creando así redes de pensamiento y abriendo su mente a nuevos campos del saber y nuevos aprendizajes.
Porque no se trata de imponer la lectura y las enseñanzas, sino de despertar el deseo de leer y de aprender.
*(Si quieren acceder a las anteriores entradas de mi blog referente a está temática pueden hacerlo pinchando los siguientes enlaces: "Menos leer el Quijote y más fomentar la pasión por la lectura", "Por el placer de leer" y "Leer para sentir, sentir para crear")
jueves, 23 de abril de 2015
jueves, 9 de abril de 2015
Aprendiendo a conducir
Hola a todos, me llamo Jesús y tengo 11 años de carnet, pero no ha sido hasta este año 2014-2015 que me he dado cuenta de que estoy aprendiendo a conducir. Sí, como lo leen, estoy aprendiendo conducir 11 después de haber obtenido el carnet y después de 11 años manejando mi turismo.
Quizás sea porque, hasta la fecha, la mayor parte del tiempo me he limitado a mover mi vehículo por mi pequeña ciudad natal, Ceuta, lo cual produce un acomodamiento fácil y rápido, al saberte ya de antemano las diferentes calles y los distintos caminos para llegar a cualquier posible destino.
Sin embargo, este curso escolar se ha producido un cambio importante, y es que el traslado de mi ciudad de residencia hasta la periferia de la propia capital ha hecho que deba poner en marcha nuevos mecanismos para hacer frente al cambio, y cierto es que al principio este proceso se me hizo todo un mundo, pues sentía que me venía grande o que me faltaba capacidad de percepción para asimilar todos los estímulos que se me presentaban a un nivel que no era al que yo estaba acostumbrado.
Llegados a este punto, había dos opciones: o rendirme y limitarme a manejar mi vehículo en mi zona de confort o armarme de valor y esforzarme por superar dicho cambio. Evidentemente, me decanté sin dudarlo por la segunda opción, pero ello no quitaba que pudiera invadirme el miedo o la inseguridad. Al fin y al cabo, somos humanos.
Puede que todo esto que te estoy contando nada tenga que ver con la Educación... o puede que sí. El hecho es que uno aprende que es necesario reaprender constantemente para adaptarse a las diferentes situaciones que nos puedan surgir a lo largo de la vida.
El caso que aquí os presento, basándome en una vivencia personal, no es más que un símil que estoy utilizando a modo de hilo conductor para evidenciar lo evidente (valga la redundancia): aprobar un examen no es sinónimo de aprender.
Y ojo, antes de continuar, quiero hacer un inciso, vaya a ser que alguien me acuse de que estoy defendiendo el poder conducir cualquier vehículo sin necesidad de carnet. Nada más lejos de la realidad, pero más vale ser previsor, pues a veces ocurre que, cuando uno quiere señalar el cielo, hay quien pone su atención en el dedo.
Por supuesto que para manejar un vehículo se necesitan una serie de saberes que han de adquirirse, que van desde el conocimiento de las normas de circulación y el respeto a las mismas hasta el óptimo manejo de la propia máquina que es el mismo vehículo y los elementos básicos que conforman su mecánica.
Pero dichos aprendizajes no dejan de producirse porque ya tengamos un carnet. Es la experiencia directa con nuestro vehículo y con las diferentes situaciones que podamos encontrarnos en los diferentes contextos donde lo vayamos usar lo que van a conformar nuestro saber, un saber conjunto y global, donde no sólo entran en juego los conceptos y los procedimientos, sino también las actitudes que tengamos al volante.
Es por ello que no podemos limitar los aprendizajes que realizamos en la escuela al propio contexto escolar, ni tampoco limitarnos a lo que ponga un determinado libro de texto - o "libro detesto" -, sino que fomentar un aprendizaje activo y autogestionado, propiciando situaciones reales o simulacros de las mismas, donde sea necesario readaptar lo que ya sabemos a la realidad y hacer uso de los diferentes recursos a nuestro alcance y de los diferentes procedimientos que conozcamos, hará que desde pequeño vayamos adquiriendo esa capacidad de reaprender, tan necesaria hoy en día en un mundo cada vez más líquido y cambiante.
Sin embargo, para ello antes debemos vencer nuestra propia resistencia al cambio y atrevernos a conducir por carreteras a las que nunca jamás nos habíamos enfrentado o de las que desconocíamos su existencia. Quizás os pase lo que a mí, que en un principio uno siente que le viene grande el nuevo camino emprendido, pero nada se gana quedándose parado mientras todo lo que nos rodea tiende constantemente a avanzar.
Es muy fácil conducir si siempre nos movemos por el mismo camino, pero el saber no es absoluto, sino que se halla sometido a continuo cambio, y por este motivo tenemos que atender a las diferentes señales que nos indiquen si nuestro viaje emprendido va o no por el camino deseado, para realizar sobre la marcha los cambios de velocidad o de sentido que sean necesario.
En nuestra mano está marcar la diferencia entre, simplemente manejar un vehículo o, por el contrario, hacerlo rodar hacia nuevos horizontes.
Yo ya ando embarcado en ese camino, aunque aún me quede mucha carretera por recorrer, pero no se trata de llegar rápido, sino de llegar lejos, y de disfrutar de nuestro viaje y de las experiencias y aprendizaje que este nos pueda ofrecer.
Es por todo ello que nuestra función en las escuelas no puede limitarse a recitar un tutorial. Debemos ser el motor que tire de la motivación nuestro alumnado, el combustible que les haga ser pro-activos y el asistente de navegación que les guíe y les oriente en este amplio e infinito proceso que es el saber.
Quizás sea porque, hasta la fecha, la mayor parte del tiempo me he limitado a mover mi vehículo por mi pequeña ciudad natal, Ceuta, lo cual produce un acomodamiento fácil y rápido, al saberte ya de antemano las diferentes calles y los distintos caminos para llegar a cualquier posible destino.
Sin embargo, este curso escolar se ha producido un cambio importante, y es que el traslado de mi ciudad de residencia hasta la periferia de la propia capital ha hecho que deba poner en marcha nuevos mecanismos para hacer frente al cambio, y cierto es que al principio este proceso se me hizo todo un mundo, pues sentía que me venía grande o que me faltaba capacidad de percepción para asimilar todos los estímulos que se me presentaban a un nivel que no era al que yo estaba acostumbrado.
Llegados a este punto, había dos opciones: o rendirme y limitarme a manejar mi vehículo en mi zona de confort o armarme de valor y esforzarme por superar dicho cambio. Evidentemente, me decanté sin dudarlo por la segunda opción, pero ello no quitaba que pudiera invadirme el miedo o la inseguridad. Al fin y al cabo, somos humanos.
Puede que todo esto que te estoy contando nada tenga que ver con la Educación... o puede que sí. El hecho es que uno aprende que es necesario reaprender constantemente para adaptarse a las diferentes situaciones que nos puedan surgir a lo largo de la vida.
El caso que aquí os presento, basándome en una vivencia personal, no es más que un símil que estoy utilizando a modo de hilo conductor para evidenciar lo evidente (valga la redundancia): aprobar un examen no es sinónimo de aprender.
Y ojo, antes de continuar, quiero hacer un inciso, vaya a ser que alguien me acuse de que estoy defendiendo el poder conducir cualquier vehículo sin necesidad de carnet. Nada más lejos de la realidad, pero más vale ser previsor, pues a veces ocurre que, cuando uno quiere señalar el cielo, hay quien pone su atención en el dedo.
Por supuesto que para manejar un vehículo se necesitan una serie de saberes que han de adquirirse, que van desde el conocimiento de las normas de circulación y el respeto a las mismas hasta el óptimo manejo de la propia máquina que es el mismo vehículo y los elementos básicos que conforman su mecánica.
Pero dichos aprendizajes no dejan de producirse porque ya tengamos un carnet. Es la experiencia directa con nuestro vehículo y con las diferentes situaciones que podamos encontrarnos en los diferentes contextos donde lo vayamos usar lo que van a conformar nuestro saber, un saber conjunto y global, donde no sólo entran en juego los conceptos y los procedimientos, sino también las actitudes que tengamos al volante.
Es por ello que no podemos limitar los aprendizajes que realizamos en la escuela al propio contexto escolar, ni tampoco limitarnos a lo que ponga un determinado libro de texto - o "libro detesto" -, sino que fomentar un aprendizaje activo y autogestionado, propiciando situaciones reales o simulacros de las mismas, donde sea necesario readaptar lo que ya sabemos a la realidad y hacer uso de los diferentes recursos a nuestro alcance y de los diferentes procedimientos que conozcamos, hará que desde pequeño vayamos adquiriendo esa capacidad de reaprender, tan necesaria hoy en día en un mundo cada vez más líquido y cambiante.
Sin embargo, para ello antes debemos vencer nuestra propia resistencia al cambio y atrevernos a conducir por carreteras a las que nunca jamás nos habíamos enfrentado o de las que desconocíamos su existencia. Quizás os pase lo que a mí, que en un principio uno siente que le viene grande el nuevo camino emprendido, pero nada se gana quedándose parado mientras todo lo que nos rodea tiende constantemente a avanzar.
Es muy fácil conducir si siempre nos movemos por el mismo camino, pero el saber no es absoluto, sino que se halla sometido a continuo cambio, y por este motivo tenemos que atender a las diferentes señales que nos indiquen si nuestro viaje emprendido va o no por el camino deseado, para realizar sobre la marcha los cambios de velocidad o de sentido que sean necesario.
En nuestra mano está marcar la diferencia entre, simplemente manejar un vehículo o, por el contrario, hacerlo rodar hacia nuevos horizontes.
Yo ya ando embarcado en ese camino, aunque aún me quede mucha carretera por recorrer, pero no se trata de llegar rápido, sino de llegar lejos, y de disfrutar de nuestro viaje y de las experiencias y aprendizaje que este nos pueda ofrecer.
Es por todo ello que nuestra función en las escuelas no puede limitarse a recitar un tutorial. Debemos ser el motor que tire de la motivación nuestro alumnado, el combustible que les haga ser pro-activos y el asistente de navegación que les guíe y les oriente en este amplio e infinito proceso que es el saber.
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