Si en la anterior entrada de mi blog quise aportar mi propia visión sobre el debate de los deberes y las actividades extraescolares, poniendo de manifiesto la gran sobrecarga que supone para nuestros niños y niñas, hoy vengo a romper una lanza en favor de los docentes y de la gran carga burocrática que a menudo tienen que soportar.
Es bien sabido que los que nos dedicamos a la enseñanza tenemos la mala fama de disfrutar de un trabajo sencillo y sin muchas complicaciones, pero nada más lejos de la realidad. Porque no se trata tan sólo de impartir clases - si bien el concepto de "impartir clases" también es digno de debate -, sino que debemos abordar además un sinfín de documentos meramente burocráticos cuya vida real va a ser quedar relegados a un cajón del escritorio a una carpeta del pendrive, y no porque los documentos con los que trabajamos no sean importantes, sino porque en muchos de los casos resultan poco operativos y su vida útil es realmente escasa debido a que cada poco tiempo se ven sometidos a una serie de cambios en concepto y formato, fruto del ir y venir de un sinfín de leyes educativas, las cuales están más centradas en intereses partidistas que en una mejora real de la Educación.
En ese sentido, la siguiente viñeta es bastante ilustrativa:
Creo que a veces nos perdemos tanto entre propuestas, programas y planes que olvidamos lo más fundamental de nuestra profesión: atender a nuestro alumnado. Porque si estamos en este trabajo es por ellos y para ellos, porque son ellos quienes dan sentido real a nuestra profesión, y cualquier diseño de actividad que hagamos no puede tener como objetivo el impecable reflejo de la misma en un documento escrito, sino el de un correcto desarrollo que contribuya al aprendizaje y disfrute de nuestros discentes.
Sin embargo, nos vemos tan abrumados a menudo por esta causa que, siguiendo el tópico, son los propios árboles los que nos impiden ver el bosque.
Cierto es que una buena actuación pedagógica pasa por una buena planificación de la misma. Después de todo, antes de abordar cualquier actividad que nos propongamos debemos tener bien claro por qué la hacemos y que es lo que pretendemos aportar con dicha actividad, ya sea dentro del plano curricular de cada curso o materia, o bien sea a nivel transversal para todo el ciclo, toda la etapa o todo el centro escolar.
Porque no es nuestra intención poner en tela de juicio las bondades de tener bien programada nuestra intervención, sino la saturación y el encorsetamiento al que muchas veces nos vemos sometidos en este sentido dentro de unos ritmos lectivos cada vez más frenéticos, unas ratios cada vez más elevadas y unos currículos escolares cada vez más inflados que, en muchos de los casos, dejan entre la espada y la pared cualquier buena propuesta que, al no ser urgente, acaba perdiendo prioridad.
Al fin y al cabo, el diseñar planes, programas y propuestas debería servir para facilitar el proceso de enseñanza-aprendizaje, y no al contrario. No se trata de estar ahogados entre competencias clave y estándares de aprendizaje, sino de disponer de una guía de trabajo diseñada en función de nuestra realidad y adaptada a la población que vamos a atender, la cual nos permita generar la respuesta educativa más adecuada para contribuir al buen desarrollo de nuestro alumnado.
Cualquier otra propuesta que queramos hacer (Proyectos de Centro, Planes de Lectura, Planes de Mejora, etc.) debe estar siempre orientada y enfocada a contribuir a la mejora de nuestra práctica educativa, y no a convertirse en otro lastre más, haciendo que las bondades de su puesta en marcha resulten altamente atractivas y motivadoras para toda la comunidad educativa, de manera que genere la suficiente implicación en su desarrollo y no se quede sólo en redactar documentos llenos de palabras pero faltos de convicción.
No es cuestión de rellenar documentos por mero protocolo, sino de establecer hojas de ruta repletas de cuestiones prácticas y pedagógicas que poder llevar al aula.
Porque nuestro trabajo nos brinda la oportunidad de hacer grandes cosas con los chicos y chicas que pasen por nuestras aulas, y debemos siempre poner el acento en su bienestar presente y futuro, lo cual implica que sean más las facilidades que los inconvenientes que se establecen a la hora de abordar con éxito nuestra labor. En dicho sentido, disponer de tiempos, espacios y recursos suficientes nos ayudará a poder crear propuestas viables, atractivas y enfocadas a un aprendizaje real y no a llevar a rastras un currículo a menudo inalcanzable.
Sin embargo, falta que las personas que dirigen la Educación desde un despacho ajeno a la escuela entiendan que no se trata de programar al gusto de quienes hayan diseñado la ley educativa operante en dicho momento, sino que, partiendo de sus orientaciones y propuestas curriculares, y apoyando desde las instituciones las propuestas coherentes de innovación educativa, contemos con la suficiente autonomía en los centros para programar teniendo como prioridad a nuestro alumnado, pues es con ellas y ellos con quienes realmente tenemos que cumplir en nuestro día a día.
¡Que los árboles nos nos impidan ver el maravilloso bosque que tenemos ante nosotros!