Como cada año, en estas fechas que se acerca la celebración del Día Escolar de la Paz y la No Violencia, procuro escribir alguna reflexión al respecto que nos ayude a dotar de transfondo y significado una efeméride que tan a menudo se nos queda en el plano más superficial de su significado.
Y es que el tema de la paz es un tema sobre el que solemos pasar de puntillas, con deseos vacíos de una paz universal que solemos representar con una paloma al tiempo que ignoramos nuestro potencial para contribuir a la causa, o incluso a veces perpetuando y justificando actuaciones hostiles.
Durante los últimos meses hemos visto como se han estado consintiendo, e incluso apoyando, los crímenes de guerra y de lesa humanidad en oriente medio, al tiempo que se extiende alrededor del mundo una ola reaccionaria de postulados ultras que ya habíamos creído ilusamente superados.
No obstante, creo que es necesario puntualizar que, como ya veníamos diciendo desde el principio, no todo queda en un plano tan lejos de nuestro alcance.
Y es que, como ya he defendido en más de una ocasión, la paz empieza en los pequeños pero significativos gestos que cada persona puede realizar en su día a día, tanto en lo que respecta al autocuidado como lo que respecta la contribución de la mejora de las vidas y de las situaciones que estén en nuestra mano.
Como bien dicta una viñeta de 72 kilos que pude ver ayer en las redes, "destruir es fácil porque no requiere criterio".
Bajo esta premisa, si destruir es lo sencillo, nuestro trabajo y nuestro esfuerzo debe centrarse en el construir.
Por desgracia, vivimos en un mundo con mucha gente dispuesta a destruir, ya no solo países, ciudades o civilizaciones a gran escala, sino que también actúan en nuestro día a día y quizás de una forma algo más sutil, pero no por ello menos dañino.
Ejemplos recientes de ello los hemos visto expuestos en forma de contenido audivisual con la película - basada en una historia real - "Soy Nevenka" o con la adaptación a serie de la novela "Invisible" del autor Eloy Moreno.
Ambos casos nos muestran como la crueldad se puede manifestar en forma de acoso y abuso en diferentes formas y contextos, con víctimas que se sienten indefensas y vulnerables ante un entorno que no las toma en serio o que mira hacia otro lado.
Casos así suceden en nuestro día a día, lo que es una señal de que aún hay mucho trabajo por hacer si queremos que los valores que promueven la Paz y la No Violencia calen de verdad en nuestro trabajo educativo o sólo sea otra fecha más con la que cumplir y tachar del calendario.
Educar para la Paz debe ser educar en el sentido de la justicia, en el respeto y el autorrespeto, en la asertividad y en el establecimiento de límites sanos, y en el poder de lo colectivo para poder cambiar las cosas.
Educar para la Paz debe conllevar actuaciones para fomentar esa Paz.
Educar para la Paz debe ser una cuestión más de ética que de estética.
Educar para la Paz implica nuestro compromiso certero de promoverla y asegurarla en los contexto donde tengamos capacidad de acción.
Y, del mismo modo, ninguno puede entenderse sin respeto a la diversidad y sin inclusión.
En palabras de Falsalarma y Frank-T: