Ha
vuelto a comenzar el curso escolar, aunque este año no haya comenzado como
ninguno de los anteriores… o al menos para mí.
Ha
sido un duro y costoso recorrido, han sido muchos años de esfuerzos, ilusiones,
sacrificios y fracasos, y han sido muchas las experiencias profesionales que he
vivido antes de llegar a donde ahora me hallo.
Hace
apenas un año, cuando escribí aquello de “A mí no me digas que no se puede”,
todo esto era aún impensable. Yo jugué todas mis cartas, y Madrid me dio la
oportunidad. Este año será por fin mi primer curso escolar completo como
maestro en un centro ejerciendo mi especialidad; este año, tras unas duras
oposiciones, por fin tengo mi vacante.
Es
por ello que considero de justicia volver la vista atrás en el tiempo y
agradecer a todas aquellas personas que me han apoyado y que han creído en mí sus aportaciones a nivel tanto personal como profesional, utilizando para ello nuevamente el nombre de una canción del gran Nach para dar título a esta entrada.
Nunca
debemos olvidar de dónde venimos. En mi caso, parto del seno de una familia
humilde que no dudó ni un momento en hacer todo lo posible por proporcionaros
no sólo un buen futuro, sino también una buena educación y un férreo sistema de
valores.
El
capricho del destino quiso que, entre las opciones que podría estudiar en mi
pequeña ciudad, se presentara la de magisterio como la más viable, cuando aún
por entonces mi concepción de la enseñanza arrastraba demasiado lastre de lo
que había sido mi vida de estudiante.
Tras
dos años y medio de asignaturas en su mayoría descontextualizadas y temarios en gran parte desfasados,
llegó el momento de la carrera donde más aprendí: mis prácticas como maestro de
Pedagogía Terapéutica en el C.E.I.P. Ramón y Cajal de Ceuta. Fue ahí donde
empecé a descubrir la pasión por esta vocación de la mano de varios
profesionales que se volcaron con mi estancia en su centro y de un alumnado muy
agradecido con mi función.
Tras
esto, pasé también una temporada trabajando como personal externo en otro
C.E.I.P. de la ciudad: el Federico García Lorca, donde también tuve una gran
acogida. Tanto es así, que cuando cursé mi segunda especialidad en Educación
Infantil escogí su centro para realizar mi nuevo periodo de prácticas.
Pasó
el tiempo, y en ese periodo se combinaron mis fracasos en las oposiciones con
otras experiencias laborales fuera del contexto escolar, hasta que, cuando
parecía que ya trabajar de lo mío no iba a ser posible, llegó la que podría
denominar como la mayor experiencia educativa vivida en mi estancia en Ceuta,
la cual me permitió expandir ampliamente mis puntos de mira y me aportó grandes
conocimientos sobre docencia a la vez que grandes emociones.
Me
refiero a los varios años que estuve trabajando en el Polifuncional de la barriada
Príncipe Alfonso, interviniendo de manera global y multidisciplinar con colectivos
en riesgo de exclusión, siendo para mí una de las experiencias laborales más
gratificantes y a la vez de las más intensas, a través de la cual tuve el gusto
de conocer a grandes profesionales y a personas maravillosas.
Sin
embargo, pese a lo contento que me sentía con el trabajo allí realizado, veía
que no me ofrecía una opción estable de futuro ni tampoco una continuidad, al
estar combinando contratos temporales (en su mayoría precarios) con periodos de
inactividad o con otros trabajos, como otros cursos que he podido ir impartiendo o clases particulares. Al fin y al cabo siempre me he estado moviendo para evitar
estar parado, al tiempo que he estado en continua formación.
No
obstante, nunca cesé en mi empeño de aprobar la oposición, y, si las opciones
en Ceuta para ello eran escasas, tenía que poner mi punto de mira más allá del
Estrecho de Gibraltar. Así pues, empecé a opositar en Andalucía y en Madrid, y comencé
a movilizarme también para encontrar empleo fuera de mi ciudad e incluso fuera
de mi país. Mi predisposición a irme a trabajar a donde fuese necesario era
plena, e incluso cerré mi puerta a seguir impartiendo cursos de formación en
Ceuta para marcharme fuera de la ciudad a preparar aún con más intensidad mis
oposiciones.
Fue
justo entonces cuando recibí una llamada imprevista desde Madrid: había llegado mi
momento. De la noche a la mañana me vi sorprendido por un cambio tan deseado
como inesperado. Partía hacia la capital, mi carrera profesional como Maestro de
Pedagogía Terapéutica por fin daba comienzo, y Móstoles sería mi primer
destino.
El
resto de la historia creo que ya la sabéis: tuve la suerte en trabajar en dos
centros escolares muy distintos entre sí, pero en ambos tuve una magnífica
acogida, de ambos me llevo muy gratos recuerdos y buenas amistades, y en ambos
siento que he dejado una importante y profunda huella. Os hablo del C.E.E.Miguel de Unamuno y del C.E.I.P. Las Cumbres, sobre los cuales ya he escrito en
alguna ocasión, y siempre formarán parte de mí.
Sin
embargo, como bien decía Queen, "el espectáculo debe continuar", y seguiré en la
rueda del interino cambiando de destino hasta que alcance mi próximo objetivo:
obtener mi propia plaza.
todo el esfuerzo tiene su recompensa, y tu te mereces una bien grande
ResponderEliminarGracias Gema, lo mismo te digo :)
EliminarPara mí ya sabes que eres un ejemplo de perseverancia. Sigue así, haciendo lo que ya tan bien haces, dedicarte a tus alumnos, es la clave de este crecimiento ;)
ResponderEliminarMuchas gracias Santi, todo un honor que me consideres un ejemplo :)
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