He estado dándole muchas vueltas a la idea que quería compartir con vosotros y vosotras en este post durante el último mes, un mes que, por regla general, suele tener una agenda bastante apretada entre final de trimestre, preparaciones festivas y compromisos variados, lo que ha generado que la publicación de esta entrada haya ido retrasándose a lo largo del mismo hasta llegar a la presente fecha en la que nos disponemos a despedir el año 2018 y dar la bienvenida al 2019.
Sin embargo, no quería yo terminar el mes de diciembre sin reflejar tales reflexiones, pues creo que van muy asociadas a este mes y a todo lo que implica.
Y es que diciembre es, queramos o no, el mes de la Navidad, una festividad que, en mi opinión, ha traspasado desde hace mucho tiempo su frontera de fecha elegida para rememorar un hecho religioso - y digo elegida porque ya sabemos que fue una forma de amoldar las nuevas celebraciones cristianas a las que ya existían anteriormente con carácter pagano -, y se ha implantado como una tradición que compartimos todos y todas a nivel familiar y/o social.
Casualmente, al volver a casa para pasar las fiestas en mi ciudad natal, Ceuta, me he encontrado con que se ha colocado este cartel en un espacio significativo de la localidad, y digo casualmente porque creo que encaja muy bien con la idea que vengo a defender:
Yo, por un lado, he crecido en el seno de una familia cristiana que me ha educado en una serie de enseñanzas, creencias y valores acordes a ello. Sin embargo, con el paso del tiempo, he ido alejándome de la parte de las creencias, pero no así de las enseñanzas y los valores que se me inculcaron, tales como el compartir, el acoger, el respeto mutuo o el amor al prójimo, sin condiciones (cuestiones morales básicas, a mi entender).
Por otro lado, he nacido en un punto geográfico, situado entre dos mares y dos continentes, donde confluyen en un pequeño espacio de tierra diferentes culturas, hecho que muchas personas abordan desde la simple coexistencia, pero que, para muchas otras, ha supuesto una oportunidad para la convivencia, para el encuentro y para el aprendizaje mutuo.
Después de todo, siempre he defendido el papel enriquecedor de la diversidad.
La suma de estos hechos ha generado que, cuando se ha celebrado la Navidad en mi casa, haya habido ocasiones donde hemos compartido dicha celebración con personas allegadas de otras creencias, al igual que yo he tenido la suerte de poder participar en otro tipo de celebraciones religiosas propias de otras culturas con las que he convivido en esta ciudad.
No seré yo quien compare o exponga como deben trabajarse de cara al resto de la sociedad otras festividades ajenas a las que, por cultura, se me han inculcado, pero sí que puedo decir que, la Navidad, como festividad destacada tanto en el mundo occidental como en la hegemonía de los contenidos de carácter audiovisual que consumimos, está presente en nuestras ciudades, en nuestros barrios y también en nuestros centros educativos, pues estos no dejan de ser un reflejo de la sociedad que les rodea, por lo que no pueden permanecer aislados de la misma.
Nuestros y nuestras discentes, sean de la cultura que sea, vivencian la Navidad en el día a día fuera del entorno escolar. La Navidad inunda las calles, las televisiones y los comercios, se convierte en algo socialmente significativo, y nosotros y nosotras, como profesionales del mundo de la educación, tenemos que atender a las inquietudes de nuestro alumnado y dar respuesta a todo aquello que les pueda ser significativo.
La Navidad, a nivel pedagógico, nos ofrece un espacio para trabajar valores como los ya nombrados con anterioridad en este post, además de la convivencia, la coeducación o la educación en la diversidad, y también para potenciar los aspectos que nos unen y desmentir esos tópicos que nos enfrentan y nos dividen.
Como país y como cultura de acogida, creo que tenemos el deber de generar espacios de encuentro y de inclusión, y propiciar que cualquier persona pueda - no que deba - participar de las tradiciones y las costumbres que estamos celebrando.
No me valen argumentos como "es que eso en otros países no lo harían" o eso de diferenciar entre "lo nuestro" y "lo ajeno" como si nos separase un muro infranqueable, porque, si no recuerdo mal, en los valores en los que se me educó se hablaba de todo ello, del acoger, del no juzgar, del no diferenciar, del compartir de manera desinteresada, y con este tipo de acciones, en un mundo cada vez más plural y globalizado, tenemos la oportunidad de preparar a nuestros descendientes para que éste sea cada día mejor.
¡Felices fiestas!
De todas y todos.
Para todas y todos.
¡Y próspero año 2019!