lunes, 25 de noviembre de 2013

Argumentos con fecha de caducidad

¿Cuántos de nosotros, a lo largo de nuestra escolaridad, hemos escuchado eso de que debemos estudiar mucho y esforzarnos para poder obtener un buen porvenir? ¿Cuántos somos los que seguimos usando esos mismos argumentos en nuestras aulas a pesar de haber comprobado la invalidez de los mismos ante la cruda realidad? ¿Por qué los seguimos usando entonces? Quizás porque no encontremos mejor argumento para seguir manteniendo el funcionamiento de una escuela que cada vez se aleja más de la sociedad para la cual debe preparar. Reinventarse o morir, es ahí la cuestión.

Manuel López y Mohamed Faitah en el desarrollo de su ponencia.
Este fin de semana han habido dos eventos a destacar. El primero de ellos fueron las Jornadas "Respetar es Educar" que cada año se celebran en nuestra ciudad de Ceuta bajo la organización de la FAMPA. Durante la ponencia del profesor Manuel López, en la cuál también colaboró Mohamed Faitah, se abordó, entre otros, el tema de la necesidad de reinventar la escuela, y que vamos a desarrollar, utilizando ideas tanto de la ponencia como de mi propia cosecha, a lo largo de la entrada que hoy nos ocupa.

El segundo evento es el haber entrado ya en la década de los treinta, un aspecto que no debería tener más relevancia que la de cumplir un año más, pero que me hace pensar mucho acerca de como se supone que debería encontrarme a estas alturas de mi vida según esos argumentos y esas promesas de futuro que se nos fueron inculcando durante nuestra etapa de estudiantes, y lo lejos que todo ello se halla de la realidad.

Así pues, de ambos eventos puede extraerse una conclusión común, que es la necesidad de romper con esa retahíla que, a pesar de haber sido útil en épocas pasadas, se encuentra totalmente desfasada en la actualidad.

Se habló durante la ponencia de la necesidad de educar en competencias, un tema que lleva tiempo dando de que hablar en la comunidad educativa pero que no termina de cuajar por el trabajo que nos cuesta salirnos de ese otro modelo anticuado que permanece aún vigente en la práctica docente. Y es que, como el mismo ponente nos decía, el saber caduca. Es por ello que debemos preparar a nuestro alumnado para ser capaces de desenvolverse ante el gran flujo de información que se mueve en nuestra sociedad.

También debemos romper con la imagen del docente como único poseedor del conocimiento y de la escuela como único agente educador. Seguir anclados en ese paradigma provoca que haya una importante brecha entre las necesidades de nuestro alumnado y la rigidez de la enseñanza tradicional.

Supongo que a todos nos ha pasado alguna vez que un determinado alumno o alumna nos ha preguntado "¿y esto para qué sirve?". Yo por ello cada vez que doy clase procuro que los contenidos que vayamos trabajando los vayamos construyendo nosotros mismos y buscar ejemplos prácticos en los que se pueda aplicar. En ocasiones esto se convierte en un arma de doble filo, porque nuestro alumnado se halla a veces tan acostumbrado a la enseñanza tradicional de "estudiar por estudiar para así aprobar y que el profesor le deje tranquilo" que les choca estos nuevos métodos y reclama volver a lo que se supone que es "lo normal en clase".

Sin embargo, si somos capaces de formar a nuestro alumnado en competencias, en crear ciudadanos preparados para afrontar cualquier situación que pueda surgir y les hacemos entender lo beneficioso de dominar dichas competencias, estaremos evitando que se creen nuevamente falsas expectativas que ya hoy día en nuestras aulas han perdido toda credibilidad al ver la situación que nos está tocando vivir.

Así pues, mientras las administraciones pertinentes no tomen medidas al respecto, en nuestras manos está el evitar que se produzca en España otra mal llamada generación perdida, pues, a fin de cuentas, no dejamos de ser una generación engañada, ya haya sido de forma consciente o inconsciente.

Para finalizar, os dejo una cita extraída de la ponencia anteriormente nombrada, y es que "El futuro no está en formar mano de obra, está en el capital cultural, en el potencial humano. Reinventemos la escuela".



viernes, 15 de noviembre de 2013

¿Café para todos?

Imagínese que va usted a una cafetería. Llega, se siente y pide la carta. Sin embargo, en esa cafetería le dicen que a todos los clientes sólo sirven café. Da igual que a usted no le guste, o que prefiera tomarse un chocolate caliente o un zumo de naranja, esas son las condiciones de la cafetería. Imagino que la primera opción que pasaría por su cabeza sería la de levantarse molesto e irse a otra parte donde puedan atender sus gustos con mayor acierto. Sin embargo, resulta que usted no puede marcharse de la cafetería hasta que no se haya tomado su café, que está obligado a permanecer allí y a consumir lo que el camarero le dice, ese camarero que le ha impuesto un producto sin posibilidad de elección por su parte.

Así pues, resignado, usted pide que el café sea con leche, pero resulta que el café se sirve solo para todos los clientes, que no se aceptan modificaciones ni diferentes formas de presentar el café. ¿Le parecería correcto el trato? ¿Cuál cree que sería su reacción al respecto? Pues pensemos ahora en nuestras escuelas, en nuestras aulas, cuando nos empeñamos en darle a todos nuestros alumnos y alumnas el mismo contenido de la misma manera, sin tener en cuenta sus singularidades personales.


Queda muy bonito en la teoría hablar de atender a la diversidad y de la enseñanza individualizada y personalizada, de hacer clases dinámicas e innovadoras que fomenten la participación y la motivación del alumnado. He visto a profesores y profesoras de las escuelas de magisterio defender la bondad de estas ideas pedagógicas reproduciendo un sistema de clase magistral alejado totalmente de lo que se está predicando, y luego nos sorprendemos de que en nuestros centros educativos se siga trabajando como en el siglo pasado, a pesar de los tiempos que corren y la cantidad de literatura especializada que hay al respecto. Quizás sea porque ponemos hincapié en el fondo, pero no en la forma. Lo que se viene a llamar una falta total de coherencia.

Cierto es que parece que estoy generalizando a la hora de exponer en mis argumentos, pero espero que se entienda que no es una cuestión de meter a todos en el mismo saco (sino, ahora sería yo el que que estuviera perdiendo la coherencia con el discurso que vengo desarrollando). Más bien podría decirse que es por llamar la atención sobre una cuestión de base que necesitamos resolver.

Siempre he denunciado la extendida existencia de docentes que se acomodan en sus puestos de trabajo, que cada año repiten la misma retahíla, ya sea ayudados del famoso libro de texto (en el mejor de los casos) o siendo esclavos del mismo. La sumisión a los contenidos por encima de todo nos hace olvidar a las personas que tenemos delante, y, volviendo a la metáfora anterior, ¿de qué nos vale que el niño se tome su café si lo hace con asco y de mala gana?


Al igual que la cafetería del ejemplo debería tener un menú preparado para todo tipo de clientes, la escuela debería estar preparada para atender a cualquier tipo de alumnado, huyendo de los oxidados conceptos de la norma y aceptando que vivimos en una sociedad diversa, plural y multicultural. Es tarea, por tanto, de nuestros centros educativos, la de preparar a nuestro alumnado para la sociedad en la que va a vivir, fomentando actitudes de respeto hacia aquellos aspectos que nos diferencia y que hacen que todos, al fin y al cabo, seamos semejantes. Después de todo, en la variedad está el gusto.


Os dejo, para finalizar, este pequeño cuento sobre la atención a la diversidad titulado "Por cuatro esquinitas de nada". ¡Que lo disfrutéis!




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Que hablen

Hace poco que he comenzado de nuevo a impartir clases. Se trata de un curso de formación integral básica para persona en riesgo de exclusión social y laboral. Es una labor que he desempeñado ya con anterioridad en varias ocasiones, por lo que me siento curtido en la materia. No obstante, siempre tenemos que aspirar a mejorar lo presente y no conformarnos con repetir de forma mecanizada lo trabajado en el curso anterior, un error más que habitual en el día a día de nuestra profesión.

Es por ello que suelo permitirme el lujo de innovar en el aula (o al menos, de intentarlo), para poner en práctica todos aquellos fundamentos pedagógicos que en muchos de los casos no quedan más que en un puñado de buenas intenciones escritas sobre un papel.

Así pues, a principios de este curso, siguiendo al profesor Santos Guerra, invité a mi grupo-clase a reflexionar sobre lo que querían aprender en estos seis meses que vamos a compartir. Tras ello, configuramos en la pizarra una lista de temas, algunos más generales, otros más específicos, que eran de su interés. Procuramos, ante todo, que existiera un consenso de todo el grupo sobre los temas propuestos, comentar que nos parecían y tener claro que todos queremos trabajar en la misma línea.

Cierto es que yo de antemano tengo ya establecido un programa educativo que debo seguir, pero siento que es mucho más productivo procurar que el alumnado sea quien marque el ritmo de su propio aprendizaje, y lo más llamativo es que todo lo que ellos propusieron venía ya establecido en mi programa, e incluso había contenidos de más, a los que también daremos respuesta en clase, pues así ha sido determinado y no somos nadie para aniquilar el interés y la motivación de nuestro alumnado, aspecto del que luego es muy fácil quejarse pero que nos cuesta tanto fomentar.

Otro aspecto que tuvimos en cuenta para consensuar entre todos fue el establecimiento de unas normas de clase. Los propios alumnos establecieron cuales creían que debían ser dichas normas, las debatieron entre ellos y las plasmaron también por escrito. Mi tarea en este caso fue moderar y supervisar todo el proceso de manera activa, participando desde dentro como uno más. Al final, las normas aprobadas entre todos coincidían con las ya establecidas por el propio centro. La ventaja es que las hemos propuestos nosotros después de reflexionar sobre ello en lugar de sernos impuestas.

A veces pienso que nos cuesta mostrar ese trato de cercanía con nuestro alumnado de forma natural, que confundimos tontamente la imposición con el respeto, cuando el respeto hay que ganárselo, no imponerlo.

Por lo demás, procuro que todo aprendizaje sea colaborativo, y que esa colaboración surja de manera espontánea y natural, por el deseo del propio grupo-clase de que nadie se quede atrás. Respetar esa actitud me parece fundamental, porque aparte de que ya vimos con anterioridad cuando hablábamos de la dinámica de grupos interactivos las ventajas de la interacción entre iguales en el aula, creo que fomenta una serie de valores fundamentales entre el alumnado, lo cual en una sociedad cada vez más competitiva y deshumanizada me parece de vital importancia.

Así pues, sólo quería reseñar con esta nueva entrada la importancia que tiene la comunicación entre las personas que participamos en el proceso de enseñanza-aprendizaje, de que se dialogue, se hagan propuestas, se establezcas consensos y de que nos ayudemos los unos a los otros de cara un objetivo común: aprender.