martes, 13 de mayo de 2014

"Sonría, por favor. Está usted ante una clase".

Hoy quiero dedicar esta nueva entrada en el blog a un tema que considero de vital importancia en nuestras comunidades educativas y en la sociedad en general.

Antes de nada, prestemos atención a la siguiente viñeta:


En un mundo donde se prima una competitividad carente de sentido ético y donde se antepone el éxito personal al bienestar del prójimo es fundamental fomentar valores y actitudes en nuestro alumnado lo suficientemente sólidos y fuertes como para no dejarse engullir por ello.

Sin embargo, con unos currículos plagados de contenidos que hay que impartir hasta la extenuación, ¿hay lugar para desarrollar dichos valores y dichas actitudes?

Antes de nada, debemos saber que los valores y las actitudes no es algo que se enseñe como se puede enseñar cualquier concepto o procedimiento concreto. Los valores y las actitudes se viven, se ejemplifican y forman parte del día a día del aula y de la comunidad educativa, pasando a convertirse en lo que denominamos "currículum oculto".

Para ello, debemos tener, en primer lugar, dos principios básicos: coherencia y consecuencia.

Coherencia para que nuestros actos hablen a la par de nuestras palabras, para que nuestra forma de comportarnos esté en sintonía con lo que predicamos, y consecuencia para ser consecuentes (valga la redundancia) con nuestra forma de entender las cosas, defenderla (siempre de forma asertiva) y reconocer cuando nos equivocamos y enmendar el error.

Una vez asumidos estos dos primeros principios, todo lo demás viene sólo. Somos modelo de nuestro alumnado, y como tales debemos actuar, no sólo en clase, sino en nuestra vida en general, ya que, como bien dice Verónica Rivera, "la escuela no debe parecerse a la vida, la escuela es la vida", y su trabajo diario es buen ejemplo de ello.

Recuerdo que en mi formación universitaria para la docencia tenía un profesor que defendía por encima de todo que el maestro siempre debe mantener las distancias con su alumnado y situarse en una situación de superioridad en el aula. Nada más lejos de la realidad, lo pensaba entonces y lo sigo pensando ahora, después de haber experimentado ya con esta profesión: fomentar un ambiente de cercanía, comunicación y consenso con nuestro alumnado es jugar la mejor carta que tenemos en nuestra mano.

Tal y como defendía Víctor Cuevas en su artículo "Un poco de humor en el aula, por favor", el buen ambiente en el centro escolar y en el aula es un factor clave para un desarrollo de nuestra labor educativa cómodo y fructífero. Que menos que, ya que se tienen que pasar tantas horas y tantos días juntos, hacer de ello algo confortable y ameno, ¿no? 

Atrás queda la postura de aquel profesor anclado en un paradigma ya obsoleto de la educación, donde, como bien dice Oscar González en este debate sobre educación en "Para todos la 2", se confunde autoridad con autoritarismo. 


Al fin y al cabo, todos somos personas que compartimos un mismo espacio, y, aunque cada uno desempeña un rol distinto, al final el objetivo es común. Sin embargo, para entender ese objetivo como común antes debemos estar en común todas las personas implicadas, en un ambiente de armonía y respeto mutuo para que cada jornada de clase se disfrute y no se sufra, ni por un lado ni por el otro.

Hay que tener constancia de que todos remamos en un mismo barco y en una misma dirección, de que no se trata de competir sino de contribuir y de colaborar, y generar actitudes de empatía hacia el prójimo, pues el bienestar del grupo es nuestro propio bienestar.

Por lo tanto, educar para la ciudadanía no puede ser sólo una asignatura, educar para la ciudadanía es el fin de la educación, y debe estar presente en todo el proceso. No es una cuestión de materia, sino de valores.

En esta línea siempre digo que existen palabras realmente útiles, palabras que quizás no pronunciemos tanto como deberíamos, pero saber decir "por favor", "gracias" o "lo siento", por ejemplo, así como las muestras de aprecio y de reconocimiento, son piezas claves para una buena convivencia con nuestros iguales, y os aseguro que, cuando se dice de corazón, es algo que nos sale de dentro sin esfuerzo alguno, y echa abajo muchísimas barreras, más aún si acompañamos nuestras buenas palabras de una sincera sonrisa.

Como bien decía Séneca, "Decir lo que sentimos, sentir lo que decimos. Concordar las palabras con la vida". 

Por todo ello, ¡sonrían! :)