sábado, 7 de noviembre de 2020

¿Es que acaso no hemos aprendido nada?

Vivimos tiempos inciertos y en una cada vez más candente crispación global que nos lleva a la pregunta que de manera indiscutible ha terminado por darle título al presente post. 

Como bien sabéis, nos encontramos inmersos en la segunda ola de una pandemia mundial, una segunda ola que nos ha sobrepasado de lleno ante la total indiferencia de los poderes públicos cuya responsabilidad en el tiempo entre olas era la de reforzar lo máximo posible nuestro sistema sanitario, el cual estaba ya de antemano bastante desmantelado debido a las políticas de recortes, privatizaciones y austeridad aplicadas durante toda una década.

Hay un proverbio árabe que dice "La primera vez que me engañes será culpa tuya. La segunda será culpa mía", y creo que nos viene como anillo al dedo ante esta situación que ha desembocado en un estado de hastío generalizado, ya que ahora no estamos como en marzo, donde dicha situación nos pilló de imprevisto, y sí que sabíamos a lo que nos enfrentábamos, pero aún así ni hemos contratado suficiente personal ni hemos tomado medidas preventivas con las que estar preparados para ello, por lo que otra vez nos tocará pagar las consecuencias.

De igual manera, vemos cómo en nuestra sociedad crecen de forma alarmante dos fenómenos, no necesariamente independientes, que en la actual situación de crisis encuentran el caldo de cultivo perfecto.

Por un lado, la actual corriente negacionista cada vez gana más adeptos y se hace más presente en la sociedad, poniendo en jaque aquel mundo sólido que tanto habíamos dado por sentado, pero que de un tiempo para acá cada vez hace más aguas. 

¿En qué hemos fallado en este sentido?

No creo que exista una única causa al respecto, pero como profesional de la Educación que soy, sí que creo que es hora de que hagamos algo de autocrítica sobre cómo se ha venido hasta ahora impartiendo el conocimiento de las materias relacionadas con la ciencia y con el estudio del mundo que nos rodea. 

En mi opinión, creo que durante muchos años hemos pecado de no enseñar del todo a pensar, a investigar o a contrastar información. Recuerdo mi época en el colegio o en el instituto como un tiempo donde se nos daban datos y fórmulas que simplemente debíamos memorizar para aprobar, sin entender realmente de donde salían, qué representaban o el por qué de que eso fuera así.

Y es que, si tienes una inmensa carga curricular por impartir, la administración escatima a la hora de proporcionar recursos y si encima no has tenido en tu carrera universitaria o en tu máster habilitante para la enseñanza una buena base de formación sobre metodologías didácticas, el resultado es que al final la inercia hace que perpetuemos una forma de enseñar en la que el docente imparte su lección y la función del alumnado sigue siendo la de callar, atender, memorizar, reproducir y olvidar, pero no la de cuestionar.

No quiero decir con ello que por este motivo todas las personas seamos potenciales negacionistas ni que todo sea culpa del profesorado, ni mucho menos, pero sí que creo que quizás es hora de darle una vuelta de tuerca a la formación científica que ofrecemos en nuestros centros escolares, al igual que tocaría, de una vez por toda, dar ese impulso tan necesario en nuestro país a la innovación, a la investigación y al desarrollo. 

Tampoco parece que entendamos que el método científico requiere de unos tiempos y unos procesos determinados, ya que en la actual era de la inmediatez en la que nos ubicamos estamos acostumbrados a querer resultados y a tenerlos aquí y ahora.

Quizás ya vaya siendo hora de romper con esa forma que tenemos de mirar el mundo tan cortoplacista y tan centrada en nuestro interés inmediato.  

Por otro lado, está también el aumento de corrientes totalitarias que nos recuerdan a una época pasada y oscura que, de igual manera, parece que habíamos dado por superada. 

En este sentido, siempre se ha dicho que quien no conoce su historia está condenado a repetirla. Sin embargo, en este caso, la conocemos más que de sobra, y no sólo por las clases y los libros de texto, sino por toda la ficción que se ha generado también en torno a ello, y aún así parece que volvemos a caer en el mismo patrón.

¿A qué creéis entonces que puede deberse esto?

Quizás la respuesta es que sí que la conocemos, pero que eso no es suficiente. 

Sabemos de sobra lo que pasó, pero apenas conocemos cómo se fueron produciendo de manera progresiva todos los sucesos previos que terminaron preparando el camino para que los totalitarismos se impusieran en Europa.

Creo que esa debe ser la clave a tener en cuenta cuando estudiamos Historia, pues no sólo se trata de conocer los hechos, sino también comprender cómo se van generando los antecedentes de los mismos desde una perspectiva social y reflexionar sobre las consecuencias que se van produciendo a raíz de ello. 

Por ejemplo, últimamente estamos presenciando cómo hay una fina línea que se entremezcla entre tendencias negacionistas y determinadas posturas políticas o personajes públicos que lo perpetúan y le dan voz. Tener sentido crítico y estar prevenidos ante este tipo de mensajes, que encuentran en los medios o en las redes su altavoz, nos ayudará a no dejarnos arrastrar por un mar de desinformaciones y de fake news. 

Además, hay otra cuestión importante a tener en cuenta cuando hablamos de la asignatura de Historia, y es que esta suele verse como algo muy alejado de nuestro presente, como algo inconexo, como si fuera algo ajeno a nuestra realidad. En dicho sentido, resulta fundamental tomar conciencia de la responsabilidad que nosotras y nosotros, como ciudadanos activos y presentes en esta sociedad, tenemos sobre el desarrollo de la misma y sobre los hechos históricos que se estudiarán en un futuro no tan lejano.

Ejemplo de esta toma de conciencia es Pablo, el muchacho que tan viral se ha hecho en las redes sociales cuando, en estos días de locos donde los disturbios se han adueñado de nuestras calles, tuvo el sencillo gesto de asumir un papel constructivo e inspirador. 

Quizás son este tipo de actos, sencillos y humanos, los que nos hacen ver que quizás no está todo perdido.

Por último, no quisiera despedirme sin dedicar unas palabras a aquel profesor que fue brutalmente asesinado mientras ejercía su profesión e invitaba a su alumnado a participar en un debate sobre la libertad de expresión.

Necesitamos seguir formando mentes críticas, que se atrevan a discrepar y a cuestionar, pero que al mismo tiempo sepan respetar la diversidad y entender que la violencia nunca puede ser la solución.

Nos toca construir el futuro, y sólo hay una forma sensata de hacerlo: en común y con rigor.