martes, 15 de octubre de 2013

"El mejor maestro no es el que más sabe, sino el que mejor enseña".

Han pasado varios meses desde mi última entrada en este blog, meses en los que he estado desconectando de todo, aunque en realidad nunca haya dejado de reflexionar.

La cuestión es que este año he vuelto a enfrentarme a todo el proceso que suponen las oposiciones para el cuerpo de maestro, y aunque al principio parecía ir todo viento en popa, finalmente he terminado llevándome otro batacazo al respecto. Es entonces cuándo uno se plantea si realmente vale o no para esta profesión, si se debe seguir intentándolo o buscar una salida alternativa. Sin embargo, tras mucho pensar sobre ello, acabas dándote cuenta de que, mientras todo el sistema selectivo siga funcionando como funciona, difícilmente podrán evaluarse las capacidades docentes que los nuevos movimientos pedagógicos vienen defendiendo para una escuela 2.0 contextualizada en el Siglo XXI.

Antes de que nadie se eche las manos a la cabeza comenzaré a explicarme de manera más pormenorizada para que pueda entenderse la idea que les intento trasmitir:

Los nuevos paradigmas a los que se vienen haciendo referencia en la actualidad hacen alusión a la importancia de la construcción del propio aprendizaje en un entorno interactivo donde los conocimientos están al alcance de todos y lo único que necesitamos es poseer las estrategias necesarias para acceder a dicha información, discriminar la que nos es útil de la que no y utilizarla en nuestro beneficio. Es por ello absurdo mantener un sistema basado en la memorización y reproducción de un temario que luego quedará sujeto a la interpretación subjetiva de quien tenga que evaluarnos. Por dicho motivo considero mucho más fiable para medir la preparación docente la capacidad que tenga un aspirante de desarrollar un supuesto práctico (prueba que se ha vuelto a recuperar en esta última convocatoria) que la de estudiarse un determinado temario.

Este factor resulta mucho más alarmante cuando se exige al profesorado aspirante a las pruebas de oposición el estar en posesión de una serie de conocimientos generales que supuestamente todos deberíamos saber, aunque luego veamos a muchos de nuestros representantes políticos flaquear en este sentido, como es el caso del Ministro Soria y el Meridiano de Greenwich.

El caso es que si defendemos un modelo de escuela donde sea el alumnado el artífice de su propio aprendizaje en un contexto interactivo en el cual la figura del docente sea la de asesor y guía de ese mismo aprendizaje, evaluar esos supuestos conocimientos obligatorios generales es seguir anclado en un sistema educativo del siglo pasado.

Aprovecho aquí para hacer un inciso, ya que corro el riesgo de ser malinterpretado en esta última afirmación. No digo que no debamos tener una cultura general; de hecho, creo que trabajamos con la idea de generar una cultura general en nuestro alumnado, por lo que nosotros debemos haberla desarrollado con anterioridad. Lo único que vengo a decir es que superar ese tipo de examen que la Comunidad de Madrid establece como condición indispensable para acceder al cuerpo de maestros no te hace estar mejor preparado para desarrollar tu labor docente, y al final acaba convirtiéndose únicamente en una criba para eliminar a posibles aspirantes del proceso selectivo, sin ningún fin constructivo ni de mejora de la calidad educativa.

Por otro lado, está la segunda parte de la prueba, consistente en realizar una programación educativa y defenderla posteriormente ante un tribunal. En esta prueba creo que las capacidades docentes de una determinada persona podrán medirse con mayor exactitud que en el desarrollo de un tema escrito, pero seguimos cayendo en el error de no estar adaptados a las exigencias del alumnado y del contexto al que posteriormente nos hemos de enfrentar en nuestro día a día, y es que la forma de realizar la defensa oral de dicha programación está basada en un sistema de clase magistral, cuando hemos hablado previamente de la importancia del papel del docente como apoyo al aprendizaje del discente, lo que implica que continuamente haya un proceso comunicativo y de apoyo mutuo entre los mismos.

En plena era de la información y del conocimiento, seguir viendo al maestro o a la maestra como los únicos poseedores del conocimiento es ignorar la realidad en la que vivimos. Es por ello que prima más importancia la interacción con el alumnado en detrimento de la capacidad de oratoria. Así pues, un tribunal no puede saber con exactitud si estamos realmente preparado o no para desarrollar esta profesión si sólo se mide nuestra capacidad para mantener un discurso ininterrumpido que se evaluará de manera subjetiva.

Igualmente aclaro que cada tribunal es un mundo, y que ser miembro de tribunal no tiene que ser, ni mucho menos, una tarea sencilla ni agradable por la presión a la que se está sometido. Así pues, no está dirigida hacia los tribunales esta crítica, sino hacia un sistema que sufre una disincronía entre la formación que recibimos en las escuelas de magisterio, la filosofía de educación que se nos inculca, lo que se pide evaluar en estos procesos selectivos y la realidad a la que nos debemos enfrentar en nuestras aulas.

Es por ello que debemos encontrar una forma de paliar esta falta de coherencia educativa, primar aquellos modelos de exámenes que nos permitan poner en práctica lo aprendido y no tanto repetir de memoria lo estudiado, y con un modelo de prueba oral que resulte menos rígido, dando pie a que se pueda establecer un diálogo durante el mismo, marcando así su desarrollo y huyendo de esta manera de los incómodos monólogos ante un tribunal que se limita a observarte en silencio y a tomar notas en el mejor de los casos.

Todo ello sin hablar del sistema de baremación, capaz de dejar sin plaza a alguien que haya sacado un 10 en todo el proceso selectivo. Quizás aquí la opción más acertada fuera realizar dos tipos diferentes de bolsas de trabajo: una para el personal interino, es decir, una bolsa de promoción interna, y otra para nuevas incorporaciones, de manera que todo el mundo tuviera oportunidad de entrar sin que los de un lado tengan preferencia sobre los del otro.

Muchos podréis echarme en cara tras este duro discurso que, salvo este último párrafo, no aporto ninguna solución clara al respecto. Puede que tengáis razón en ello, pero creo que no me corresponde sólo a mí esa labor. Con esta entrada en ningún momento he pretendido realizar una ofensa, sino más bien invitar a una reflexión constructiva, para que la posible mejora del sistema sea fruto de todas las partes implicadas, ya que el tema de la educación nos afecta a todos.