domingo, 17 de mayo de 2020

"No siempre lo urgente es lo importante"

Estamos actualmente ante una situación cuanto menos incierta. Han pasado más de dos meses desde que nos vimos forzados a detener nuestra actividad y cambiar la forma de afrontar nuestro día a día, un cambio que, en el caso del ámbito educativo, ha supuesto que alumnado, familias y profesionales nos viéramos inmersos en la necesidad de gestionar con celeridad, brío y dedicación el nuevo contexto donde nuestra labor debía ahora desarrollarse. 

Sin embargo, ahora el debate gira en torno a la urgencia de volver cuanto antes a desarrollar nuestro trabajo en las aulas, una urgencia que nace de un paradigma social nocivo y erróneo donde las escuelas vienen cumpliendo un papel conciliador para las familias a la hora de poder ejercer sus diferentes empleos.

Hemos visto recientemente unas imágenes de una escuela francesa que nos han parecido desoladoras, con rectángulos de tiza pintados en el patio para que el alumnado mantenga una distancia de seguridad. 

¿En qué momento hemos olvidado lo que realmente significa ir a la escuela?


Yo soy el primero que echa de menos poder ejercer su trabajo fuera de la pantalla de un ordenador, y como yo la mayoría de compañeros y compañeras de profesión que saben el valor humano fundamental que conlleva la Educación: Nos gusta el aula, nos gusta estar con nuestro alumnado, nos gusta darnos los buenos días y vernos por los pasillos, nos gusta poder compartir nuestro tiempo y, aunque a menudo nos quejemos (¿quién no se queja de su trabajo?) no lo cambiaríamos por nada. 

Sin embargo, lo que vemos en esas imágenes no es volver a la escuela: sólo es, como leí hace poco en un tweet, volver al edificio donde se ubica la escuela.


La escuela no es un lugar donde aparcar niñas y niños, es un lugar lleno de vida, de experiencias, de socialización, de crecimiento y de aprendizaje, un aprendizaje holístico, global, que va mucho más allá de creer que lo único que tenemos que hacer es llenar cabecitas vacías con contenidos.

Trabajamos con personas, personas que sienten y padecen, personas que en muchos de los casos no comprenden lo que está ocurriendo, personas que aún están en fase de desarrollo, y para el desarrollo la interacción social es una faceta crucial. 

Además, hay determinados colectivos, como el alumnado de Escuelas Infantiles (que no guarderías) o el alumnado de Educación Especial, cuya específica vulnerabilidad hace que el trabajo que tenemos que desarrollar con ellos requiera de una cercanía considerable, siendo inviable en estos casos poder mantener una distancia prudencial, un alumnado que en su mayoría puede que no sean capaces de evitar el contacto y la interacción, que no aguanten con sus mascarillas puestas o que sientan miedo al vernos con todo el equipamiento que llevemos.

Sabemos que la situación nos va a obligar a repensar a fondo la manera de enfocar la vuelta a las aulas, pero lo que sí está claro es que ésta debe darse en unas condiciones de seguridad lo suficientemente estables como para garantizar, como mínimo, el bienestar del público al que atendemos, no sólo a nivel de evitar la enfermedad, sino también a nivel psicológico y emocional, y que quienes trabajamos con ellos lo podamos hacer también con las medidas oportunas y pertinentes.

Estamos asistiendo a un intenso debate entre los conceptos de Salud y Economía, pero lo que realmente me preocupa es ver como la Educación en todo este debate queda en un segundo plano, como a remolque, cuando invertir en Educación realmente es invertir en prosperidad.

Necesitamos más que nunca un firme compromiso con la institución que la escuela representa, y no volver a cometer los errores que se han cometido hasta ahora en las residencias de mayores o en los centros sanitarios.

Como bien dice una canción de Fito y Fitipaldis, no siempre lo urgente es lo importante.

Es hora de abogar de una vez por todas por unos servicios públicos de calidad. 

Yo sólo espero que las repentinas prisas no nos hagan tropezar...