sábado, 13 de junio de 2020

Utopías, Distopías y Nueva Normalidad

Nos acercamos al final del curso, un curso cuanto menos extraño y atípico, y me temo que lo que se vislumbra en el horizonte para la vuelta es un escenario borroso, incierto y desolador. 

Al principio pensamos que esta situación nos podía servir para recapacitar, para ser mejores como individuos y como sociedad, que nos uniría, que nos haría aparcar nuestras diferencias y que pensaríamos como especie en busca de otra forma de relacionarnos entre nosotros y con el planeta. Sin embargo, sospecho que, al igual que yo, el mundo está lleno de utópicos anónimos.


El sueño duró poco, pues enseguida la utopía derivó en un escenario mucho más distópico, un escenario donde en lugar de unirnos nos enfrentábamos, donde no cesaron las injusticias, donde el individualismo y la voraz competitividad en la que tanto tiempo se nos estuvo instruyendo salió a flote, y donde nuestros guantes y nuestras mascarillas ensuciaban de nuevo nuestras calles, nuestras tierra y nuestros mares, mostrando nuestra total falta de conciencia cívica y medioambiental.

La dictadura del plástico y de los desechables de un sólo uso se hacía de nuevo más fuerte en un escenario donde protegerse era lo fundamental, olvidando que proteger el planeta en el que vivimos es también proteger al prójimo y protegerse a uno mismo. 


En todo este escenario, ahí estuvimos los profesionales de la Educación, un día tras otro, haciendo malabares para llegar a todo, ideando mil historias para poder trabajar con nuestro alumnado, preparando materiales o asistiendo a formación online para mejorar nuestra forma de trabajar desde casa, y, sin embargo, creo que nadie de la administración o de la sociedad en general se paró a pensar en que tipo de situación tendríamos dentro de nuestros hogares. Eficiencia por encima de humanidad. 

En este sentido, creo que hablo en nombre de muchos compañeros y compañeras cuando hago referencia a esa sensación de presión, de tener que cumplir tanto con nuestro trabajo educativo como con todas las demandas burocráticas que conlleva esta profesión (más incluso en tiempos de pandemia), o de soportar esa lacra social que aún cree que hemos sido unos privilegiados durante estos meses por seguir trabajando desde nuestras casas.

Sinceramente creo que, ante esta situación vivida donde el mundo sólido sobre el que nos creíamos asentados hacía cada vez más agua, nos hemos sentido en parte poco cuidados y algo abandonados, pero aún así, como profesionales que somos, y como personas que viven con dedicación su vocación, hemos hecho lo mejor que hemos sabido y de la mejor forma que hemos podido con lo que teníamos, que no es poco.

Quizás por eso, ahora con el curso a punto de finalizar, es cuando más empezamos a notar ese desgaste humano, mental y emocional que nos ha supuesto este sobreesfuerzo y el estar tantas y tantas horas delante y detrás de la pantalla de un ordenador. 


No quiero, ni mucho menos, colgarme medallas o que parezca que es nuestro colectivo el más afectado, nada más lejos de la realidad. Como bien he reflejado en entradas anteriores de este blog, reconozco que esta situación ha supuesto un desgaste también para las familias y para el alumnado. Al fin y al cabo, estamos todos dentro de ese mismo barco que es la Comunidad Educativa. No obstante, si que quisiera en este post hacer un poco más de hincapié de mi (o nuestra) vivencia subjetiva, sin que ello sirva de pretexto para desmerecer a nadie, aún más sabiendo que ha habido tantas y tantas personas trabajando en condiciones muy difíciles al pie del cañón.

Así pues, llegados a este punto, se nos plantea el escenario de nueva normalidad, un escenario donde me temo que los cambios que se van a producir van a repercutir mucho en aquellos aspectos a los que normalmente restamos importancia cuando hablamos de educar: la socialización, la convivencia, la interacción y el aprendizaje entre iguales, las metodologías activas, los agrupamientos flexibles, las aulas abiertas, las actividades complementarias, el aprendizaje vivencial, las actividades deportivas o culturales, la atención a la diversidad... 

Al final, tanto a través de la pantalla o en modo presencial, parece que sigue habiendo una creencia bien asentada en el imaginario común según la cual nuestra única función es la de ser meros transmisores de contenidos, con un sujeto activo docente y unos sujetos pasivos que simplemente deben permanecer sentados, aislados y mirando al frente.

Sin embargo, no está de más recordar que no sólo educamos con la palabra, educamos desde el alma, educamos con el corazón, educamos a través de un clima de confianza, proximidad y seguridad que se forja en nuestras aulas día tras día.

No somos elementos pasivos dentro de un mismo espacio, somos organismos activos que nos desarrollamos como personas de manera global, somos seres sociales que nos necesitamos cerca, somos seres humanos que establecen en la convivencia de la escuela un vínculo afectivo que termina siendo la base de muchos de los aprendizajes que están por llegar.

En definitiva, la escuela es un lugar vivo, un lugar que nos enriquece y donde el trabajo que realizamos toca todos los ámbitos del desarrollo humano, y me temo que mucho de eso podría llegar a perderse en esta nueva "anormalidad".


Entendemos la complejidad de la situación y lo difícil que es dar una respuesta ante tanta incertidumbre, pero nos cansa que las decisiones (o las no decisiones) que se toman en Educación suelan realizarse sin tener en cuenta a la gente que realmente trabaja en Educación. 

Sabemos que, si realmente se quiere que la vuelta al colegio en septiembre se haga garantizando todas las medidas oportunas, va a implicar una inversión en la Escuela Pública, en acondicionar mejor o ampliar los edificios que la conforman, en dotarla de recursos tanto ordinarios como extraordinarios por el COVID-19, en ampliar sus plantillas y en reducir sus ratios, sin recurrir a invenciones como la de contar con personas voluntarias para suplir con dudosas artimañas contrataciones que son de imperiosa necesidad. 

¿Estaremos dispuestos a asumir ese compromiso? 

Mientras tanto, pese a todo, aquí seguiremos, como hasta ahora, velando por el bienestar de nuestro alumnado, un alumnado con el que nos hubiera gustado poder despedir el curso como se merece, juntos, en nuestro centro, en nuestra clase.

Después de todo, son ellas y ellos quienes llenan de sentido a esta profesión, y les echamos mucho de menos.