viernes, 15 de noviembre de 2013

¿Café para todos?

Imagínese que va usted a una cafetería. Llega, se siente y pide la carta. Sin embargo, en esa cafetería le dicen que a todos los clientes sólo sirven café. Da igual que a usted no le guste, o que prefiera tomarse un chocolate caliente o un zumo de naranja, esas son las condiciones de la cafetería. Imagino que la primera opción que pasaría por su cabeza sería la de levantarse molesto e irse a otra parte donde puedan atender sus gustos con mayor acierto. Sin embargo, resulta que usted no puede marcharse de la cafetería hasta que no se haya tomado su café, que está obligado a permanecer allí y a consumir lo que el camarero le dice, ese camarero que le ha impuesto un producto sin posibilidad de elección por su parte.

Así pues, resignado, usted pide que el café sea con leche, pero resulta que el café se sirve solo para todos los clientes, que no se aceptan modificaciones ni diferentes formas de presentar el café. ¿Le parecería correcto el trato? ¿Cuál cree que sería su reacción al respecto? Pues pensemos ahora en nuestras escuelas, en nuestras aulas, cuando nos empeñamos en darle a todos nuestros alumnos y alumnas el mismo contenido de la misma manera, sin tener en cuenta sus singularidades personales.


Queda muy bonito en la teoría hablar de atender a la diversidad y de la enseñanza individualizada y personalizada, de hacer clases dinámicas e innovadoras que fomenten la participación y la motivación del alumnado. He visto a profesores y profesoras de las escuelas de magisterio defender la bondad de estas ideas pedagógicas reproduciendo un sistema de clase magistral alejado totalmente de lo que se está predicando, y luego nos sorprendemos de que en nuestros centros educativos se siga trabajando como en el siglo pasado, a pesar de los tiempos que corren y la cantidad de literatura especializada que hay al respecto. Quizás sea porque ponemos hincapié en el fondo, pero no en la forma. Lo que se viene a llamar una falta total de coherencia.

Cierto es que parece que estoy generalizando a la hora de exponer en mis argumentos, pero espero que se entienda que no es una cuestión de meter a todos en el mismo saco (sino, ahora sería yo el que que estuviera perdiendo la coherencia con el discurso que vengo desarrollando). Más bien podría decirse que es por llamar la atención sobre una cuestión de base que necesitamos resolver.

Siempre he denunciado la extendida existencia de docentes que se acomodan en sus puestos de trabajo, que cada año repiten la misma retahíla, ya sea ayudados del famoso libro de texto (en el mejor de los casos) o siendo esclavos del mismo. La sumisión a los contenidos por encima de todo nos hace olvidar a las personas que tenemos delante, y, volviendo a la metáfora anterior, ¿de qué nos vale que el niño se tome su café si lo hace con asco y de mala gana?


Al igual que la cafetería del ejemplo debería tener un menú preparado para todo tipo de clientes, la escuela debería estar preparada para atender a cualquier tipo de alumnado, huyendo de los oxidados conceptos de la norma y aceptando que vivimos en una sociedad diversa, plural y multicultural. Es tarea, por tanto, de nuestros centros educativos, la de preparar a nuestro alumnado para la sociedad en la que va a vivir, fomentando actitudes de respeto hacia aquellos aspectos que nos diferencia y que hacen que todos, al fin y al cabo, seamos semejantes. Después de todo, en la variedad está el gusto.


Os dejo, para finalizar, este pequeño cuento sobre la atención a la diversidad titulado "Por cuatro esquinitas de nada". ¡Que lo disfrutéis!




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