sábado, 1 de octubre de 2016

¿Vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?

Durante este mes de septiembre la popular marca Ikea nos ha sorprendido a todos con un original anuncio televisivo que saca a relucir una cuestión educativa sobre la que se viene debatiendo cada vez con más fuerza. 

Para quienes no lo hayáis visto, el spot en cuestión es el siguiente: 


Con un toque de humor familiar que busca empatizar con el cliente, este anuncio tiene un eslogan demoledor que, en los tiempos que corren, vale la pena destacar: "Merecemos menos deberes y más cenas en familia".

El hecho de que dicho lema nos resulte tan llamativo es porque pone en tela de juicio dos variables que influyen de forma directamente proporcional en nuestros niños y niñas: el tiempo que se comen los deberes (donde nosotros, además, vamos a tener en cuenta la masificación de extraescolares) y el tiempo que cada vez se pierde más de estar en familia.

Empecemos por la primera cuestión a debate, que radica en el término "deberes", sobre el cual existen tanto argumentos a favor como argumentos en contra. 

Normalmente, por regla general, siempre se han defendido los deberes como una forma de crear un hábito de trabajo en los niños y niñas, para así hacer que sean responsables y puedan afianzar conocimientos dados por la mañana en clase. 

Sin embargo, cada vez son más las voces, tanto de profesionales como de familias, que ponen en cuestión esta práctica tan arraigada en nuestra sociedad. En primer lugar, porque los deberes se establecen como un trabajo que, de forma heterogénea, debe realizar todo el alumnado, sin tener en cuenta ni sus propias necesidades ni sus capacidades personales o su particular estilo de aprender. Además de ello, estos suelen basarse en tareas mecánicas y repetitivas que no buscan un fin en concreto más que el de llenar el tiempo de por las tarde continuando lo empezado por la mañana o el de completar los ejercicios de un determinado libro de texto y sólo porque lo dice ese mismo libro de texto, siendo este otro debate sobre el que más adelante en otra futura entrada me gustaría indagar.

El caso es que no tiene nada de malo que nuestros alumnos y alumnas dediquen parte de su tiempo libre a afianzar aprendizajes, sino que además es totalmente recomendable, porque no existe un único espacio ni un único tiempo para aprender, y en la interacción con el día a día es donde más significado gana cualquier cosa que desde la escuela queramos enseñar.

Es por ello que, tal y como refleja el anuncio que veníamos analizando, participar en las tareas del hogar es una forma de asentar algunos contenidos de una forma práctica y cercana, como puede ser realizar la lista de la compra, seguir una receta o dividir a partes iguales porciones en la mesa. 

En este sentido, si desde la escuela queremos ayudar a fomentar verdadero aprendizaje en las tardes de nuestro alumnado, debemos potenciar que indaguen e investiguen sobre algún tema que les sea de su interés o que tenga relación con algo visto en clase, que recojan información que les puedan proporcionar personas cercanas para luego compartirla en clase, que redacten algún texto significativo o que compartan con nosotros el libro que por propia voluntad se estén leyendo, sin que ninguna de estas actividades le resten tiempo a su ocio y a su juego, elementos de vital importancia en el desarrollo social y emocional de cualquier discente. 


Sólo en caso de que veamos que un determinado alumno o alumna necesita invertir un pequeño tiempo extra por las tardes para poder afianzar algún aprendizaje que se le resista o para poder finalizar algo que se le quedó pendiente en la mañana, propondremos actividades más específicas y personalizadas que pactaremos, siempre que sea posible, con su familia, para que ésta entienda la necesidad de dicha práctica y podamos colaborar mutuamente sin que esto les pueda suponer una sobrecarga importante que, lejos de compensar dificultades, sólo sirvan para ampliar una brecha ya producida en la escuela que desde el hogar, ya sea por falta de tiempo o de recursos, no puedan atender.

Y digo sobrecarga importante porque, a día de hoy, los deberes se han convertido en la mayoría de nuestros hogares en algo tedioso que roba mucho más tiempo de infancia del que se debería permitir, traduciéndose en desmotivación por parte del alumnado y en malestar general en el ambiente del hogar.

Es por ello que, en caso de que veamos oportuno encomendar alguna tarea para casa, esta deba estar bien definida, equilibrada y argumentada, e intentar siempre contar con altas dosis de significatividad y comprensividad.

Sin embargo, como decíamos al inicio de este post, existe otra variable a tener en cuenta a la hora de continuar con este debate, y no es otra que la del numeroso tiempo empleado en un sinfín de actividades extaescolares.

Cierto es que la oferta de actividades que un determinado alumno o alumna puede realizar durante las tardes es casi ilimitado: escuela de idiomas, conservatorio de música, clases de apoyo, deportes, etc. La cuestión es saber donde radica el límite entre una actividad extraescolar que le de una formación extra y le sea de su agrado y una actividad extraescolar que le sea tediosa y no le sirva más que para tener tiempo ocupado.


En este sentido, el gran peso de la responsabilidad recae en las familias, pues son quienes toman las decisiones a este respecto, debiendo para ello tener en cuenta, por un lado, que actividad extra puede ser la más beneficiosa o recomendable para su hijo o hija, partiendo de sus capacidades y de sus intereses generales, y por otro, en que grado dichas actividades afectan al tiempo libre  del que, como decíamos anteriormente, todo niño y niña debe disponer para ser lo que son: niños. 

Sin embargo, se está produciendo un fenómeno social cuanto menos curioso, donde los adultos tenemos nuestro tiempo cada vez más saturado de quehaceres y vivimos a un ritmo cada vez más frenético y estresante, y estamos introduciendo a nuestros chicos y chicas en esa misma dinámica sin pararnos a reparar quizás en lo perjudicial que puede ser tanto para ellos como para nosotros mismos.


Es por eso que, como bien reza el anuncio que veníamos comentando, merecemos pasar más tiempo en familia, disfrutar de nuestro hogar en conjunto, compartiendo nuestro día a día, aprendiendo juntos con las tareas cotidianas y con el juego colectivo, hablando de como nos fue la jornada y dejando de lado, aunque sólo sea por ese breve momento,cualquier otra preocupación que una sociedad insana nos quiera imponer.

Al y al cabo, creo que no digo ningún disparate si me atrevo a afirmar que, a nosotros, personas adultas y trabajadoras, nos agobia tener que llevarnos trabajo a casa. Más que nada, porque tenemos un lugar de trabajo y unas horas que dedicamos en el mismo a realizar nuestros quehaceres, y que lo de llevarnos el trabajo a casa es algo que solemos hacer si vemos que se nos queda algo pendiente o que no podemos terminar en nuestra jornada laboral (si bien, dentro de la profesión docente, sí que se contempla que tenemos que invertir cierto número de horas a la semana fuera de nuestra jornada en preparar las clases o corregir materia pendiente).

Para finalizar, me gustaría remitiros a otro vídeo que, bajo el título de "lo haces y punto", realiza un curioso experimento sobre todo el tema que venimos debatiendo: 


Y ahora, después de saber todo esto, acuérdate siempre de preguntarte: "¿vivimos para trabajar o trabajamos para vivir?". Una vez tengas tu respuesta, no te olvides de actuar en consecuencia. 


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