Llevo ya un tiempo pensando en los temas que vengo a tratar en este post, y no quería dejar pasar el mes de octubre sin ordenar esos pensamientos y poder plasmarlos en este blog.
Este curso empezó con una clara y fuerte conciencia del personal educativo sobre el importante papel que tiene la escuela como institución que debe defender los derechos humanos y promover valores como son la solidaridad o la justicia.
Sin embargo, la hipocresía de quienes hace un tiempo tenían el mismo discurso de defensa de la paz ante la invasión de Ucrania, hoy nos acusa de sectarismo, impone censura -curiosamente en nombre de la libertad- y nos somete a sanciones por reivindicar lo mismo para Palestina ante un escenario aún mucho peor como es un genocidio.
Sin embargo, por suerte, la población mundial ha demostrado su compromiso con esta causa y con la terrible situación que se está viviendo, a pesar del doble rasero de nuestros representantes políticos y su inacción manifiesta.
Pero la hipocresía no queda aquí.
En otro orden de cosas, hay mucha hipocresía también en un tema que resulta bastante sensible y con el que no quiero frivolizar, pero si que me vale para poner el dedo en la llaga de una sociedad que se escandaliza y que muestra su pena ante casos como el de la chica de 14 años que se quitó la vida por sufrir acoso escolar, pero que a la vez, la mayoría de las veces, mira hacia otro lado cuando se encuentra con un caso cercano, lo minimiza o incluso lo perpetua.
Es triste decirlo, pero al final estos casos generan su impacto inicial, pero finalmente pasan al olvido y poco se hace de cara a la prevención. Y ojo, no sólo hablo prevención desde el propio centro escolar. Las mecánicas que rigen el abuso y el acoso tiene lugar en diferentes ámbitos y a diferentes edades, por lo que se trata de un mal que está demasiado asentado y, por desgracia, demasiado normalizado en nuestra estructura social.
Un ejemplo claro está en el tipo de personas que estamos llevando al poder, que no dejan de ser los típicos matones de turno.
Es más, incluso si nos paramos a pensar, y volviendo al punto inicial del post, lo que el Estado de Israel está reproduciendo a gran escala no es mas que un ejemplo de abuso permitido y normalizado -incluso aplaudido- por quienes tienen el poder de evitar el daño.
Es en casos así, que me duele demasiado el mundo.
Sin embargo, ahí seguimos, como el pequeño colibrí, haciendo siempre nuestra parte.
Menos es nada.
Y ojalá se pudiera hacer más...


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